jueves, 22 de mayo de 2014

La necesidad de reducir los residuos



El mejor residuo es aquel que no se genera. Con esta máxima, que contiene un mensaje claro y directo, los colectivos que trabajan por la reducción de residuos nos quieren trasladar la idea de que, mucho antes de centrarnos en el reciclaje, lo que hace falta urgentemente es reducir nuestro volumen de desechos. Una buena manera de hacerlo es practicando un consumo más responsable y sostenible, esto no significa dejar de comprar, sino que tarde o temprano tendremos que incorporar el concepto ambiental en el acto de la compra para elegir, entre dos opciones similares de un mismo producto o servicio, aquella que nos obligue a gestionar y generar menos residuos.

Pero para llegar a hacerlo habría que tener una oferta de consumo en este sentido, podríamos pensar no sin razón. Y, efectivamente, es por ello que las autoridades ambientales trabajan para tratar de consolidar e impulsar acuerdos voluntarios de prevención de residuos con los diferentes sectores productivos, de servicios y de la distribución. El objetivo es que apostar por una reducción de los residuos en el acto de la compra sea una posibilidad real para todos nosotros y no una utopía, como lo ha sido hasta ahora. Porque es en actuar como consumidores cuando tenemos la sartén por el mango, y si premiamos o castigamos con nuestra elección ecológica los productos, puede que las empresas se lo acabarán pensando eso de poner tantos residuos en el punto de venta. Posiblemente estamos a un paso de lo que los expertos llaman "el infarto de los residuos", es decir, el momento en que los diferentes métodos de gestión y tratamiento ya no dan abasto y el sistema se colapsa. La razón es muy sencilla: en un mismo territorio somos cada vez más gente y, además, cada uno de nosotros, sea por culpa de las marcas o no, pero en todo caso debido a la espiral consumista que nos atrapa, "compro, luego existo" es el axioma que más triunfa en nuestra sociedad, genera cada día más y más desperdicios, porque no sólo consumimos más, lo que pasa es que lo que compramos tiene cada vez un ciclo de vida más corto. Dicho de otra forma, nos hemos instalado cómodamente en la cultura del comprar por usar, tirar y volver a comprar, girando en todo momento como el hámster dentro de su rueda.

Los ejemplos son abundantes: ha desaparecido la venta a granel, aquella que obligaba al consumidor a llevar el envase para llenarlo de aceite, de vino o de colonia. También ha caído en desuso la bolsa de pan de algodón, la de toda la vida, la cesta y el carrito de la compra. El tendero ya no nos pide el envase de la cerveza o la leche, y es mucho más cómodo pasar por la sección de refrigerados y coger el paquete de plástico del jamón que hacer cola en la charcutería. El resultado es simple, en treinta años el peso de la bolsa de basura ha pasado de los 450 gramos de entonces a más de un kilo y medio aproximadamente hoy en día.



¿Quiere decir esto que, cuanta más renta y más calidad de vida, más residuos? La respuesta es categórica; no. De hecho, los países escandinavos, con una renta más elevada que la de nuestro territorio, mantienen unos niveles de generación de residuos mucho más equilibrados. Lo que ha pasado en la sociedad actual es que los fabricantes y los distribuidores se han aprovechado de la debilidad legislativa del sector y nos han llenado las estanterías de los supermercados de envases y embalajes alegando motivos de seguridad alimentaria, pero de hecho, en buena parte de los casos, son una simple maniobra comercial que tiene que ver únicamente con estrategias de marketing simplemente. Un ejemplo clarísimo lo tenemos en el cartón que contiene la pasta de dientes, este embalaje, que se convierte en residuo de manera automática cuando nos disponemos a utilizar el producto, sólo obedece a la necesidad del fabricante de apilar el producto en el punto de venta, no hay ninguna otra motivación. Como con el tubo, poco estable, no pueden hacer aquellos murales en las estanterías de las grandes superficies comerciales, los ponen dentro de una caja de cartón casi nunca reciclado que sí les deja hacer pilas de pasta de dientes. Si los fabricantes colocaran los tubos de dentífrico (producto de gran consumo) de manera individual en unas bandejas/expositor, nos ahorraríamos una cantidad considerable de cartón y reduciríamos el volumen de los desechos.

Reparar para reducir

Si hace unos años se hizo famosa la teoría de las tres erres, aquella que proponía reducir, reciclar y reutilizar como principales herramientas de participación ciudadana para practicar lo que entonces se llamó la ecología doméstica, hoy en día habría que sumar dos erres más para completar la teoría: reparar y restaurar.



La cultura de la reparación, de dar una segunda oportunidad a un aparato antes de tirarlo al vertedero y comprar uno nuevo, se ha convertido en una parte definitoria de nuestro carácter ahorrador lo largo de los años. En cambio, las nuevas tendencias de mercado, más partidarias de promover el concepto del "usar y tirar" para favorecer el consumo, han terminado arrinconando este pensamiento hasta el punto de que hoy son pocos los usuarios que llevan el televisor a reparar cuando se estropea . Incluso cuesta encontrar comercios que se dedican a este tipo de trabajos. Recuperar este pensamiento es una buena manera de practicar la ecología doméstica. Se trata de alargar la vida de los objetos que compramos para evitar el residuo prematuro y que tiene su punto de partida cuando adquirimos un artículo de cualquier tipo: electrodomésticos, utensilios de cocina, pasando por herramientas de bricolaje y muebles. Es importante optar por que estén bien hechos, aunque no sean los que impone la moda o no representan la última tendencia del diseño. Y lo más importante, debemos observar si podrán ser reparados cuando se rompen, una circunstancia que alargará notablemente su vida útil.